Vence a los gigantes que vienen contra ti

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Vencedores de gigantes

Goliath Hit with Rock from Triumphant David, From www.freeimages.com

 

Texto bíblico: 2 Samuel 21:15-17

 

Los gigantes pueden ser vencidos. El texto escogido para esta predicación relata las hazañas de David y su ejército contra los filisteos. Trata de la derrota de los gigantes. El núcleo de lo que aquí se narra es que el rey David por poco pierde la vida cuando, vencido por el cansancio, luchó contra un gigante. Él fue librado de la muerte por Abisai, uno de sus servidores. Desde ese momento los soldados que lo acompañaban en las campañas bélicas hicieron un juramento, diciendo: “Nunca más saldrá Su Majestad con nosotros a la batalla, no sea que alguien lo mate y se apague la lámpara de Israel”.

 

A continuación desglosemos el texto de esta historia:

 

“Los filisteos reanudaron la guerra contra Israel, y David salió con sus oficiales para hacerles frente. Pero David se quedó agotado,

 

David se sintió débil y cansado. Se sabe de David que era un gran guerrero, su valentía era proverbial, sin embargo en esta contienda el agotamiento le ganó al valor ¡Cuidado con el cansancio! Los hijos de Dios debemos tener en mente que el cansancio aniquila a los líderes. No el agotamiento que se padece cuando realizamos una tarea larga o pesada, sino el que se acumula a largo plazo por el exceso trabajo. Esa clase de agotamiento nos convierte en personas inefectivas y, también, nos deja a merced del enemigo.

 

 

así que intentó matarlo un gigante llamado Isbibenob, que iba armado con una espada nueva y una lanza de bronce que pesaba más de tres kilos.

 

El Gigante trató de matar al rey. Casi todos los predicadores cuando pensamos en David venciendo gigantes, de una vez lo relacionamos con Goliat. Pero la verdad es que Goliat no le hizo nada a David, ni siquiera puso su vida en peligro, porque cuando David, el muchacho, peleó contra él, se alejó corriendo de aquel paladín y tomando su onda, le arrojó una piedra y lo derribó con el primer lanzamiento. Inmediatamente todo fue gloria para David. Es posible que este triunfo, los vítores y el alago recibidos, les dieron un exceso de confianza al Rey. Él se sabía vencedor de gigantes y se confió.

 

Recordemos que David era el líder de Israel, el comandante en Jefe del ejército, eran muchas las responsabilidades que pesaban sobre sus hombros. Encima de eso llevaba la conducción del ejército durante la guerra. En esta batalla contra los filisteos apareció Isbibenob, un enorme gigante que portaba una espada nueva y una lanza de bronce que pesaba más de tres kilos.

El gigante encontró a David peleando sólo y debilitado. Ya el rey estaba a punto de rendirse, pero en eso apareció Abisai hijo de Sarvia para ayudarle.

 

“Sin embargo,  Abisay hijo de Sarvia fue en su ayuda e hirió al filisteo y lo mató”.

 

El Gigante exhibía sus armas. Cuando el enemigo ataca viene bien armado. Muchas veces usa armas nuevas para sorprendernos y derribarnos. Lo bueno de esto es que Dios siempre tiene preparado a un Abisai para enviarlo a ayudarnos en nuestras batallas contra Isbibenob, representante del diablo. Isbibenob puede venir en varias formas contra nosotros. Las armas son los instrumentos de que se vale para hacernos pecar; tales como el ocio (cuando estamos desocupados dejamos de poner atención a lo esencial de la vida cristiana), deseos que nos invitan a violar alguno de los diez mandamientos, etc.

Las lanzas son los darnos de fuego que atacan nuestra fe; tales como dudas, desaliento, agotamiento emocional, la dejadez, etc.

Tanto las armas como los dardos, si nos acomodamos a ellos y les damos lugar en nuestros corazones, tienen el potencial de convertirse en gigantes que pueden llegar a destruir nuestra vida espiritual y alejarnos de Dios para siempre. Por eso es muy importante que pongamos mucha atención a la razón del juramento de los soldados de David.

 

“Allí los soldados de David le hicieron este juramento: «Nunca más saldrá Su Majestad con nosotros a la batalla,  no sea que alguien lo mate y se apague la lámpara de Israel”. (2 Samuel 21:15-17-NVI).

 

La lámpara de Israel

 

Los gigantes pueden extinguir la luz que Dios ha puesto en nosotros. Cuando Abisai y los otros militares de rango se dieron cuenta del peligro que corrió el rey en la batalla, juraron que jamás permitirían que él fuera a la guerra, no sea que muriera y la lámpara de Israel se apagara.

 

El Rey David era la lámpara de Israel en dos sentido: era el guía espiritual del pueblo, sin quitarle su lugar al sacerdote, y era el depositario del pacto de un reino eterno, el cual se consumará cuando Jesucristo vuelva para reinar en la tierra.

 

Si el rey hubiese muerto antes de tiempo, quizás estos planes se hubiesen frustrado. Así que estos líderes militares estaban actuando de parte de Dios para bien de la nación.

 

David libró un gran combate, sus fuerzas se estaban acabando, pero no salió huyendo. Se mantuvo en la lucha con su espada en la mano. Cuantas veces Dios nos entrega la espada y nos dice: toma, peleas por tu ministerio, vive tu vida en integridad, pero cuando se levanta Isbibenob contra nosotros lo vemos más grande que Abisai, nos acobardamos, tiramos la espada y salimos huyendo.

 

El gigante que Abisai enfrentó era mucho más grande que él, pero no era más diestro ni más valiente que él. Entiendes que la lámpara de Israel es Jesús ahora y está en ti. Primero porque él dijo: “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12) y del cristiano dice: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5:14). Así que la luz que está en Él, la ha puesto en nosotros para que alumbremos a los que viven en tinieblas.

 

No puedo decirles que en este camino no tendremos más luchas contra gigantes, si las tendremos; pero confiando en Dios y actuando en fe venceremos cualquier gigante que se levante en contra nuestra. como Jeremías podemos afirmar categóricamente: “Mas Jehová está conmigo

como un poderoso gigante;

por tanto, los que me persiguen tropezarán

y no prevalecerán;

serán avergonzados en gran manera, porque no prosperarán;

tendrán perpetua confusión, que jamás será olvidada” (Jeremías 20:11).

 

Y, Finalmente, el apóstol Santiago nos aconseja: “Someteos,  pues,  a Dios;  resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7). Que el Señor nos adiestre para la batalla y nos acompañe hasta que su reino se establezca en la tierra completamente.

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